No sabe ni leer ni escribir, pero es uno de los libreros más queridos de Medellín: la particular historia de este vendedor
Heriberto Piedrahíta es un campesino que cautivó a los habitantes de La Playa con su historia de vida.


Desde hace más de tres décadas, Heriberto Piedrahíta dejó el campo de su natal Titiribí, un municipio pequeño ubicado al sur del departamento de Antioquia con sus padres, y llegó a Medellín con la ilusión de nuevas posibilidades para su familia.
Tenía más de 30 años cuando llegó a la capital del departamento y, después de ser domador de bestias, comenzó su vida labora en la gran ciudad guadañando, trabajando en zonas verdes. Pronto aprendió de albañería y, gracias a sus capacidades y a las ganas de ser mejor, terminó siendo contratista y manejando grupos de trabajo grandes.
“Tengo una cabeza muy grande para la construcción, pero por no saber leer me rechazaban los ingenieros, los interventores, por eso no ha sido siempre fácil tener trabajo en las obras", cuenta Heriberto Piedrahíta, en una entrevista especial que le hizo el periódico El Colombiano.
Sin embargo, un día encontró que su vocación oculta eran los libros. Un día, según relató, visitó La Bastilla y quedó cautivado por el ambiente que rodeaba la venta de libros. Pasó horas observando a los compradores curiosear, preguntar por títulos específicos y al vendedor moverse entre las pilas, buscar entre los estantes, incluso salir a rastrear algún libro que no estaba a la vista.
Fue, en ese momento, en el que entendió que quería ser librero en La Playa, una de las avenidas más concurridas de Medellín. Y aunque saber leer y escribir parecían ser un obstáculo, Heriberto se las ingenió para sacar su negocio adelante.
El hombre que recuerda al campo en la ciudad
“Me vine para Medellín porque en el campo ya no tenía oportunidades. Yo no sé leer, pero tengo una experiencia y un conocimiento muy grande en la vida"
Heriberto Piedrahíta, vendedor de libros.
Hoy, con casi seis décadas de existencia en sus hombros y el corazón más campesino que nunca, se pone a diario el sombrero que le recuerda a su apodo de domador de caballos y viajero incansable.
Heriberto supo ganarse un espacio en el sector y los vecinos aprendieron a quererlo y respetarlo. Todos los días, carga una hoja para pedirle a quienes quieren comprar sus libros con él, que anoten los nombres, para que él pueda conseguirlos.
Sigue yendo a La Bastilla, ese lugar que lo inspiró, a buscar los títulos más solicitados. “A veces me queda muy pesado en la forma de no saber leer, pero prácticamente me conozco todos los libros, están grabados en mi mente. Cuando la gente me pregunta por un libro, sé si lo tengo o no”.

Aunque por mucho tiempo intentó aprender a leer, nunca lo logró. Pero ya demostró que no es un impedimento, porque lo que atrae a la gente a su negocio es la calidez, el interés y la disposición para cumplir con las necesidades de los lectores medellinenses.
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