Boca y River debutaron a lo grande
Los equipos argentinos respondieron de gran manera en el debut del Mundial de Clubes. Pasión, potrero y mística, sus armas.

Boca volvió al mundo. Literalmente. En su debut en el nuevo Mundial de Clubes de la FIFA, ese torneo pensado para los grandes de Europa, para los dólares gringos y las métricas globales, Boca fue Boca. Y jugó a lo Boca. Y no solo lo hizo dentro del campo, sino también fuera. En las tribunas. Allí ganó por goleada. Por afano, como se dice vulgarmente aquí en Argentina. La 12, así conocida mundialmente la hinchada del Xeneize, copó el Hard Rock Stadium de Miami con 50 mil hinchas. Sí, así como lo lees. El “Dale Boooca… Dale Boooca…” aún retumban y hacen eco.
Y en la cancha, dentro del verde césped, también se plantó de igual a igual ante el Benfica de Ángel Di María y Nico Otamendi, dos campeones del mundo con la Argentina, y se quedó con un empate 2-2 con sabor agridulce: con el dulzor de, por momentos, ser superior a uno de los grandes de Portugal; y la amargura de ver cómo se le escurrió la gran posibilidad de dar un paso firme a la clasificación a 8vos.
Enfrente no había un equipo cualquiera. Benfica es uno de los gigantes históricos de Europa. Pero, además, tenía una carga simbólica particular: dos campeones del mundo albicelestes, dos nombres con pasado en la selección y presente europeo. Y, aun así, Boca fue más que digno. Fue real. Fue competitivo.
En este nuevo Mundial que no está hecho para equipos “sudacas”, en donde todo huele a Champions, a marca, a negocio, a “Primer Mundo”, Boca sacó pecho. Se plantó e hizo tambalear la lógica.
River, en tanto, el otro argentino que debutó en la competición, se presentó como club con pasaporte propio. Le tiró la chapa y la cultura futbolística al Urawa Reds de Japón y lo venció con autoridad por 3-1 dejando en claro que, cuando el escenario es global, su fútbol no se diluye: se potencia.
Hay equipos que se amedrentan fuera de casa y otros que, cuando cruzan fronteras, se sienten más ellos que nunca. Y el River de Marcelo Gallardo pertenece al segundo grupo. Por historia. Por tradición. Porque, desde la llegada de El Muñeco, este River es cosa seria. Se hace toro en rodeo propio y torazo en rodeo ajeno.
Los debuts en competiciones internacionales nunca son simples. Hay nervios. Hay ansiedad. Enfrentar a un equipo japonés no significaba simplemente medirse contra otra camiseta. Era un choque de cultura futbolística, de ritmo, de forma de entender el juego. En esa danza distinta, en la que el orden oriental se cruzaba con la pasión y el potrero argentino, River impuso su música. Jugó con su tempo. Dominó. Golpeó en los momentos clave. Ganó como si lo hiciera en casa.
El Mundial sigue para los “Primos Argentinos”. Ninguno la tiene fácil, pero ambos afrontarán la segunda fecha con sensaciones positivas y la fe intacta. Ambos clubes de la tierra del Campeón del Mundo seguirán compitiendo contra los poderosos con sus armas: la pasión, el potrero y la mística. Porque al fútbol no solo se juega con los pies y con la cabeza, también se juega con el corazón.
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